Vivía en un infierno; mi madre era una alcohólica, drogadicta y nunca llegó a preocuparse por nosotros; a mi padre nunca lo conocí, le pregunte a mi mamá una y otra vez por él y lo único que nos decía es que no quería hablar de eso y fue así como nos escondió la identidad de nuestro padre toda la vida.
Pasaron 4 años y vivíamos encerrados en esa habitación día tras día, mi hermana y yo nunca tuvimos una educación hasta que mi madre nos hablo de un hermano que tenía en Texas (Estados Unidos) y nos dijo que saldríamos de viaje para allá al día siguiente, según ella quería que nosotros recibiéramos una buena educación y contentos pensando que por primera vez íbamos a un colegio fuimos a alistar la poca ropa que teníamos 2 o 3 prendas.
Salimos al día siguiente muy ansiosos, mi madre no fue, solo fuimos mi abuela, mi hermana menor y yo, al llegar a los Estados Unidos mi tío estaba en el aeropuerto con un letrero que decía familia Chávez, pasaron 1, 2 y hasta 3 meses y nunca fuimos a la escuela, mi tío Alberto nos puso a trabajar vendiendo dulces en los semáforos y fue ahí donde empezamos a conocer el mundo de las drogas, el alcohol y la delincuencia, mi abuela seguía vendiendo dulces en los semáforos mientras que Katherine y yo gozábamos de la vida, para nosotros la droga era nuestra única salida, nuestro única esperanza de vida; pasaron 5 años y ya no volvimos a trabajar ni a llevarle los producidos a nuestro tío a él solo le interesaba cuanto ganábamos por día, al ver que nosotros ya no le servíamos lucrativamente decidió devolvernos para Bogotá (Colombia).
Llegamos a la casa de mi madre pero una sorpresa nos venimos a dar cuando nos presento a su nuevo novio Marcos Martínez un hombre trabajador y luchador que intento cambiar la vida de mi hermana y la mía. Muchas veces nos llevo a centros de rehabilitación con la expectativa de que cambiáramos; mi hermana Katherine se pudo rehabilitar pero yo desafortunadamente no lo logre pasaron 7 meses y seguía con las drogas pero iba de mal en peor, empecé a atracar, a sacar las cosas de mi propia casa, ya mi casa era la calle y me aparecía cada 15 días en la casa para sacar lo que podía y asearme.
La situación se salió de control tanto así que mi familia se resigno y se trastearon a unos apartamentos del barrio Tunal y no volví a saber más de ellos.
Yo seguí en el mundo de la droga, el alcohol y la delincuencia por siete años más; para mí ya era casi que imposible una rehabilitación, aunque quería y deseaba rehabilitarme ya había perdido todos los apoyos familiares. Pero viví un milagro cuando volví a ver a mi familia, tanto fue la felicidad que sentí en ese momento que decidí pedirles una nueva oportunidad y ellos me la aceptaron, con dudas claro está ya que es difícil salir de este mundo, pero lo logre gracias a Dios.
Hace dos años que estoy en el centro de rehabilitación Shalom, mi familia me visita cada 8 días, no fue nada fácil para mí, pero empecé a seguir los pasos del Señor y la palabra empezó a guiar mis pasos, estoy feliz por mi recuperación; ya soy tío de dos lindas niñas Camila y Adriana y hermano de un pequeño niño, quiero conformar un hogar y ser como Marcos el esposo de mi mamá, un luchador y trabajador honrado.