lunes, 1 de noviembre de 2010

LA MALDICION A LA DROGADICCION.

Con tan solo 7 años de edad, mi vida empezó a dar giros inesperados; vivía con mi madre Cecilia Chávez, mi hermana menor Katherine y mi abuela Graciela, teníamos en arriendo una pequeña casa en el barrio San Francisco en la localidad de Ciudad Bolívar, era una casa muy pequeña con una sola habitación, un baño, una cocina, una cama doble y una colchoneta, nuestro estado económico no nos permitió tener más comodidades.

Vivía en un infierno; mi madre era una alcohólica, drogadicta y nunca llegó a preocuparse por nosotros; a mi padre nunca lo conocí, le pregunte a mi mamá una y otra vez por él y lo único que nos decía es que no quería hablar de eso y fue así como nos escondió la identidad de nuestro padre toda la vida.

Pasaron 4 años y vivíamos encerrados en esa habitación día tras día, mi hermana y yo nunca tuvimos una educación hasta que mi madre nos hablo de un hermano que tenía en Texas (Estados Unidos) y nos dijo que saldríamos de viaje para allá al día siguiente, según ella quería que nosotros recibiéramos una buena educación y contentos pensando que por primera vez íbamos a un colegio fuimos a alistar la poca ropa que teníamos 2 o 3 prendas.

Salimos al día siguiente muy ansiosos, mi madre no fue, solo fuimos mi abuela, mi hermana menor y yo, al llegar a los Estados Unidos mi tío estaba en el aeropuerto con un letrero que decía familia Chávez, pasaron 1, 2 y hasta 3 meses y nunca fuimos a la escuela, mi tío Alberto nos puso a trabajar vendiendo dulces en los semáforos y fue ahí donde empezamos a conocer el mundo de las drogas, el alcohol y la delincuencia, mi abuela seguía vendiendo dulces en los semáforos mientras que Katherine y yo gozábamos de la vida, para nosotros la droga era nuestra única salida, nuestro única esperanza de vida; pasaron 5 años y ya no volvimos a trabajar ni a llevarle los producidos a nuestro tío a él solo le interesaba cuanto ganábamos por día, al ver que nosotros ya no le servíamos lucrativamente decidió devolvernos para Bogotá (Colombia).

Llegamos a la casa de mi madre pero una sorpresa nos venimos a dar cuando nos presento a su nuevo novio Marcos Martínez un hombre trabajador y luchador que intento cambiar la vida de mi hermana y la mía. Muchas veces nos llevo a centros de rehabilitación con la expectativa de que cambiáramos; mi hermana Katherine se pudo rehabilitar pero yo desafortunadamente no lo logre pasaron 7 meses y seguía con las drogas pero iba de mal en peor, empecé a atracar, a sacar las cosas de mi propia casa, ya mi casa era la calle y me aparecía cada 15 días en la casa para sacar lo que podía y asearme.

La situación se salió de control tanto así que mi familia se resigno y se trastearon a unos apartamentos del barrio Tunal y no volví a saber más de ellos.
Yo seguí en el mundo de la droga, el alcohol y la delincuencia por siete años más; para mí ya era casi que imposible una rehabilitación, aunque quería y deseaba rehabilitarme ya había perdido todos los apoyos familiares. Pero viví un milagro cuando volví a ver a mi familia, tanto fue la felicidad que sentí en ese momento que decidí pedirles una nueva oportunidad y ellos me la aceptaron, con dudas claro está ya que es difícil salir de este mundo, pero lo logre gracias a Dios.

Hace dos años que estoy en el centro de rehabilitación Shalom, mi familia me visita cada 8 días, no fue nada fácil para mí, pero empecé a seguir los pasos del Señor y la palabra empezó a guiar mis pasos, estoy feliz por mi recuperación; ya soy tío de dos lindas niñas Camila y Adriana y hermano de un pequeño niño, quiero conformar un hogar y ser como Marcos el esposo de mi mamá, un luchador y trabajador honrado.